jueves, marzo 28, 2024
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Cuando los alimentos tienen sus propios estilistas

Se sirve gazpacho de rabo de to11ro, pero en forma de gelatina. Se trata de una técnica culinaria sofisticada. Sin embargo, lo más importante en este plato no es tanto cómo prepararlo, sino cómo servirlo para que se vea atractivo. ¿Cómo servir esta gelatina anaranjada de modo que den ganas de comerla? Los ojos de Max Faber escanean la estantería de platos velozmente. «Este», dice y saca de la repisa un cuenco blanco.

El alemán Max Faber tiene 36 años y es estilista de comida. Su trabajo es hacer que se vea bien. En realidad estudió cocina, pero en algún momento perdió el interés en la gastronomía. Faber está de pie en un loft en Berlín que funciona a la vez como cocina y estudio de fotos. En medio de la sala, de estilo rústico, hay una pesada mesa de madera y al lado una pared blanca. Detrás de esa pared se fotografían los platos.

En un libro de cocina, las fotos son tan importantes como las recetas. Nadie quiere probar una receta si el plato no se ve tentador en la fotografía. Las fotos tienen que abrir el apetito: la carne se debe ver jugosa, las verduras deben tener un buen tono, la disposición de la comida en el plato debe ser armónica. La pregunta es: ¿se hacen trampas para que la comida se vea bien?

LOS SECRETOS DE LOS ESTILISTAS DE ALIMENTOS

Primero, hay que cocinar. La comida no sale directa del horno. Nada de plástico, sino ingredientes frescos comprados en el mismo día. Max Faber no trabaja solo. A su lado cocina concentrada una mujer, Anke Rabeler de 54 años, que es estilista de comida desde hace 23 años.

Los dos están trabajando juntos para un libro de cocina de una editorial de Múnich. La editorial ha enviado un total de 70 recetas que Faber y Rabeler deben cocinar y preparar de modo que se vean bien.

Una vez que está listo el gazpacho, el movimiento en la cocina se vuelve algo frenético. Rabeler coloca la gelatina a cucharadas en el cuenco que eligió Faber. «¿Queremos más?», le pregunta a Faber. «¡Sí, más!», responde Faber y busca un pequeño mechero Bunsen, que sostiene unos segundos sobre la gelatina, de modo que brille más. Luego coloca encima unos pequeños dados de pepinos, pimentón y otras verduras. Rabeler coloca un pan tostado al lado del cuenco y esparce algunas hierbas encima.

La escena recuerda a los programas de cocina de la televisión, cuando antes de darle a probar el plato al jurado los concursantes se esmeran con frenesí colocando un poco de condimento, limpiando los bordes. En este caso, en vez de un jurado, llega Jörg Lehmann. Da su veredicto sin probar el plato: lo suyo pasa por ver cómo se ve a través del ojo de la cámara ya que Lehmann, de 57 años, es fotógrafo de comida.

LA COMIDA DEBE PODER COMERSE

¿Cómo se hace para que la comida se vea rica? Rabeler dice que se da cuenta mientras cocina. Sin embargo, a veces no le surge ninguna imagen. En esos casos, el plato es como una hoja en blanco que hay que llenar. Y ella empieza a dibujar.

Otra regla: la comida únicamente se ve fresca si es fresca. Los pocos elementos de ayuda de los que se pueden valer los estilistas para mejorar un poco el aspecto de los alimentos para la sesión de fotos son el quemador Bunsen y el aceite comestible. La comida debe poder comerse. Faber dice que las ayudas químicas, como la crema de afeitar o los colorantes, solamente se usan en la fotografía publicitaria.

Una planta más arriba, el fotógrafo Lehmann cuenta con otro piso. Allí hay una gran estantería de metal de 12 metros de largo y más de tres de alto llena de alrededor de 3.000 platos, ollas y sartenes. En los cajones tiene cientos de cuchillos, tenedores y cucharas. Otros clientes deben alquilar la vajilla, pero Lehmann ofrece un servicio extra ya que cuenta con todos esos objetos. «Con esto hago todos mis libros de cocina», afirma.

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