jueves, marzo 28, 2024
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Diario de un exiliado en Alemania – 5: un rayo de esperanza

schulePasar un invierno en Alemania es a la par que duro rutinario. La gente va de casa al trabajo y del trabajo a casa para, de vez en cuando, juntarse en alguna „kneipe“ a tomarse unas cervezas. Mi vida también se convirtió en una aburrida rutina a seguir. Iba de casa a la escuela, de la escuela al restaurante y de allí para casa. Fue entonces cuando aprendí un hábito bastante extendido en todo el país germano, el de comer de pie.



Hablando con mis primeros amigos, me decían que en Alemania el comer no ocupa un papel central en el día a día cotidiano. Es por eso, que las calles centrales de Essen, en mi caso, están repletas de ejecutivos con traje y corbata devorando las cajetillas “Take Away” de los restaurantes asiáticos. Se puede deducir entonces que los sueldos no van reñidos a la buena comida, pues los “fast-food” alemanes llamados “Imbiss” están a todas horas llenos de clientes.

He escuchado en numerosas ocasiones aquello de “Alemania es un país que con sus hábitos, costumbres y cultura te atrapa” y debo decir que, personalmente, me parece una afirmación correcta. A día de hoy, no concibo entrar en una casa con los zapatos puestos, ni circular con mi bicicleta por las zonas peatonales, así como tampoco armar alboroto después de las diez de la noche. Alemania es como una máquina. Sus piezas están perfectamente engrasadas para que el producto final sea, en mayor o menor medida, exitoso. La clave del éxito es saber encontrar tu lugar dentro de dicha máquina. Yo, tras unos meses de mucho esfuerzo, encontré mi sitio.

Las mejores cosas llegan cuando no te las esperas. Ocurrió una noche fría, las calles estaban repletas de nieve y el restaurante donde yo trabajaba se convirtió en un cobijo en dónde poder refugiarse y huír de ese clima hostil. Tuve la suerte de caer en gracia a una clienta que resultó ser la directora de una importante academia de idiomas del barrio en el que vivía y en el que todavía hoy resido. Contándole mi experiencia me invitó a una entrevista de trabajo, pues, según ella, vió potencial en mí para poder dar clases de lengua castellana. Personalmente, pensé que la cosa no iría a más. Creí que dicha propuesta era consecuencia de las copas de vino que yo mismo le había ido sirviendo durante toda la noche. Aún así, obviamente, me sentí halagado y preparado para poder cumplir las expectativas que ella había depositado en mí. De esta manera, me preparé a fondo para poder salir airoso de una palabra fatídica a la par que complicada “Vorstellungsgespräch” o lo que es lo mismo, entrevista de trabajo.

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